Desconfianza absoluta


No hace falta ser especialista en materia de leyes para estar al tanto de una de las premisas más conocidas en la defensa de los derechos de las personas “Uno es inocente, hasta que se demuestra lo contrario”. Estamos acostumbrados a que malhechores de todo tipo, que son pillados con manos en la masa, se escuden en esta máxima para conseguir derechos dentro del ámbito judicial.

Lo curioso es, que aunque las garantías constitucionales deban ser respetadas, eso igual nos enfada. El tema es que percibimos que los que actuaron mal deberían tener condena justa e inmediata para sus acciones, una cuestión pendiente en la materia penal de nuestro país. Sin embargo, existe otro factor que nos enerva más aún en el caso de la presunción de inocencia, se aprecia que la misma solamente es utilizada por los delincuentes.

Para analizar mejor este punto de vista, les invito a hacer un ejercicio mental, sencillo pero muy esclarecedor. Solamente fijémonos en algunas costumbres que se dan, escapando del ámbito judicial. Quiero recordar cosas que hacen al día a día de nuestras vidas.

Cuando vamos a una tienda a comprar cosas, lo primero que nos piden es que dejemos nuestros bolsos, en sitios destinados para el efecto. Un operativo importante se monta para efectivizar este pedido, ya que además de la funcionaria de la firma que cobra un salario para encargarse de eso, también están guardias quienes no siempre amablemente te piden que dejes tu bolso y te acompañan hasta el sitio para efectivizar su pedido-orden.

Esta situación es más incómoda aún para las mujeres, que siempre llevan su cartera, en la que dejan gran parte de su existencia, incluyendo la platita que van a destinar a las compras en ese lugar, lo cual aumenta la incomodidad del momento.

En la cancha pasa lo mismo. Vamos a ver un espectáculo deportivo  y nos revisan de punta a punta. Efectivos policiales, que en partidos específicos superan el millar, están destinados a controlar a los aficionados, igualándolos a todos, poniéndonos en la misma bolsa. Cada uno de los que concurrimos a los estadios somos potenciales delincuentes, violentos, asaltantes o drogadictos. Tampoco se puede ingresar los equipos de tereré para refrescar el ánimo de los espectadores que soportan más de 40 grados de calor en el ambiente. Incluso se prohíben usar cintos y radios.

Sin tereré, ni radiorreceptor, ni cinto. Estas son las condiciones para ver fútbol en directo, sin tener la comodidad del hogar como aliada. Lo mismo sucede en espectáculos artísticos, de esos que no abundan en nuestro país, pero que convocan a un público multitudinario. En este caso se amplía la lista de elementos vedados a, cámaras, filmadoras, y otros enseres electrónicos.

Peor es el caso de los que, por esas cosas de la vida, intentan solicitar un crédito en cualquier entidad bancaria, financiera o cooperativa de nuestro mercado. Los requisitos para acceder al mismo son infinitos, los trámites engorrosos, y la pila de documentos que uno debe presentar van desde la fotocopia de la cédula de identidad y el comprobante del salario que uno percibe, hasta unas pruebas de heces y orina. No simplemente del solicitante sino del o los garantes.

Como ciudadano honesto, que no quiero robar, sino dejar parte de mi salario, fruto de mi esfuerzo en un comercio, que quiero esparcirme sanamente, disfrutando de un artista renombrado o de las emociones de un encuentro deportivo, como un momento recreativo o simplemente un emprendedor, que busca un presente y futuro mejor para mi vida, me siento violentado al verme tratado como un potencial delincuente.

Es triste esta realidad. Es cierto, no se puede dejar sin control ninguno de los casos citados anteriormente. Muchos, con justicia y sabiduría, podrán destacar que la experiencia habla y demuestra con claridad que los robos en comercios, la violencia en los espectáculos masivos y la mora en las líneas crediticias son una escenario que no podemos obviar.

A pesar de lo que piensen y digan, esto crea una sensación de impotencia para quienes somos honestos y trabajadores, una inmensa mayoría en la población paraguaya. Tristemente debemos pensar en igualarnos siempre para abajo.  Por consiguiente, este comportamiento desmorona la premisa constitucional de la que hablábamos al principio del comentario. Acá, en Paraguay, “Uno es culpable, hasta que demuestre lo contrario”.

Viviendo y conociendo esta situación dentro de nuestra sociedad  no sorprende la reacción de la gente común, en casos importantes y mediáticos como el de la demanda de filiación de Hortensia Morán, contra el Presidente Fernando Lugo. Hasta ahora se tiene un resultado laboratorial, y se siguen esperando dos más. Sin embargo, a falta de la conclusión de la presentación de pruebas, las personas ya sostienen sus conjeturas. Las que creen que Lugo es culpable, recordaron su teoría. Las que consideran a Morán como responsable de esto, también.

La verdad es un valor relativo en el Paraguay que vivimos. Estamos acostumbrados a pensar que detrás de todo lo que vemos, siempre hay un mar de fondo, que no está al alcance de los simples mortales. La teoría de la conspiración marca la temperatura de la opinión pública, orientando dictámenes en todo sentido.

El grave detrimento de valores, la falta de una orientación social, la carencia de modelos a seguir, la debilidad de la base de la sociedad, es decir la familia, contribuyen a que en lugar de seres libres, nos sintamos presos de la desconfianza. Transformar esta realidad es un proceso largo que implica un cambio profundo en las bases de nuestra comunidad. No es una tarea sencilla, deberíamos comenzar a realizarla ya

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