Feliz cumple Enchi


En el transcurso de la vida uno va a aprendiendo muchas cosas. Tanto que se pueden ir derribando muros que parecían en algún momento, infranqueables. Uno de esos mitos que se divulgan y se multiplican tiene que ver con el amor. Con la forma en que se configura el mismo. Te enseñan que el amor es único que debe ser dirigido a una persona y que es eterno… mientras dura.

Sin embargo, con el tiempo uno comprende que el amor más que una excusa para novelas baratas o canciones lacrimógenas, es un sentimiento que se va construyendo. El amor a los padres, a los hermanos, al trabajo, a los familiares, a los amigos son parte de ese ejercicio en el que se van discriminando los objetos de afecto y se busca establecer vínculos estrechos.

Llega un momento en la vida en el que el amor de una pareja te lleva a dar un paso importante y de pronto de ves formando una familia. Después vienen los hijos. En mi caso, todo fue muy rápido, noviazgo, matrimonio y el primer pequeño Agustín que vino a ocupar un espacio en el corazón que jamás podría comprender, hasta que el estuvo en mis brazos. Allí fue que pensé que la vida estaba completa y que no se podían amar más. Recordé que el amor de un padre hacia un hijo era lo más profundo que existía. Por eso, volví a dimensionar la figura de mis padres como los orientadores de mi vida y mis suegros como unos segundos padres a quienes debía agradecer tanto esfuerzo.

Todo estaba en orden, creí que había llegado a un punto en el que las emociones estaban en un nivel superlativo que no podrían ser alcanzadas de ninguna forma. Como decía al inicio del comentario, la vida va exhibiendo con hechos contundentes lo efímeros e imperfectos que somos.

Una mañana de un 10 de abril, hace dos años, nuevamente tuve una lección de las que no se olvidan y que me sirvió para crecer más aún como persona. Nacía Enzo, mi segundo pequeñito. Al verlo ahí, con su primer llanto, intentando acomodarse a este mundo hostil aprendí que el amor, cuando se trata de los hijos, en lugar de dividirse, en este caso entre dos niños, se multiplica y se vuelve ilimitado.

Por eso, además de agradecer tantas alegrías en lugar de conformarme con la maravillosa familia que tengo, espero tener la suerte de que el amor siga creciendo. Quizá levantarse de madrugada a cambiar pañales o a acallar llantos sea una tarea poco recomendable, aunque es el pequeñísimo tributo que tenemos que dar a cambio de recibir la enorme alegría de ser eternos.

Ser padres, como siempre le digo a Maria mi esposa, es ser eternos. Desde que nacieron nuestros hijos, siempre tendremos quienes recuerden lo que hicimos en este paso por la vida. Mucho, poco, no importa, siempre estaremos para agradecer todo lo que nos regalan, cada segundo de sus vidas, Agus y Enchi.

Feliz cumple Enchi, Te amo chiquito. Que seas muy feliz siempre

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