Intolerancia e indiferencia social


En ciertos momentos de mi vida, a pesar de no querer convencerme de esto, me resigno a entender que vivimos en el país del revés. O mirando la famosa luna de Valencia. Por ejemplo, mientras algunos hinchas de fútbol amenazan con juntar firmas para impedir, o solicitar, depende del lugar de donde se mire, que Olimpia no juegue de local en la cancha de Cerro Porteño en la Copa Sudamericana, en otros ámbitos de la sociedad los problemas reales continúan campantes sin que se inmuten las personas pensando en buscar soluciones a temas que nos golpean diariamente.

Uno de esos inconvenientes tiene que ver con las protestas contra la posible suba del boleto urbano y el estado deplorable de muchísimos ómnibus chatarras que inundan nuestras calles. Es cierto que las manifestaciones se siguen realizando, aunque las mismas no cuentan con todo el respaldo ciudadano que deberían tener. De la misma manera, es poco entendible que el dengue, una enfermedad tan sencilla de combatir, siga desangrando la República, ante nuestra inacción absoluta para vencer a un mosquito, que además de haragán es fifí.

Entre los diversos temas que realmente asustan porque se instalan – parece que para siempre – en la sociedad paraguaya, está el incesante incremento de los vendedores de todo tipo de objetos y “servicios” en las diferentes esquinas del país. Ayer, en Ciudad del Este, un hecho conmovió a la ciudadanía. Un menor de 13 años, fue herido de un balazo por un conductor de un vehículo que respondió así ante los constantes acosos por parte del adolescente. Según comentan los reportes, esta persona, que recurrió a esta medida extrema, estaba harta de los constantes pedidos prepotentes de los limpiavidrios y vendedores que se ubican en las esquinas de la capital departamental del Alto Paraná, situación que se repite en todos los centros urbanos del país.

Lo primero que uno puede entender sin temor a equivocarse es que la intolerancia reina en nuestras calles. Posteriormente debemos analizar las condiciones que llevaron a este individuo a actuar de esa forma. La misma carece prácticamente de justificación medianamente lógica. De todas maneras, sin pretender justificar este hecho, me gustaría pedirle un segundo de su tiempo para reflexionar sesudamente respecto a estas condiciones que nos afectan a los paraguayos.

Existe en la teoría una situación que es muy clara cuando explicamos algunas tensiones que arroja la desigualdad social instalada en el Paraguay. Los limpiavidrios, así como los vendedores ambulantes que se colocan en las esquinas urbanas son producto de una exclusión social innegable. Ellos son empujados, contra su voluntad, a este contexto para intentar sobrevivir en un país que les privó de la educación, la salud, y las oportunidades necesarias, para que puedan desarrollarse como deberían y así forjaran un futuro mejor para sus vidas. Particularmente considero este tipo de razonamientos como incuestionable.

Sin embargo, la respuesta particular que podamos dar en cada caso es muy diferente. Si miramos la otra cara de la misma moneda, la persona que va en un vehículo, puede tener diversos problemas particulares, tal vez esté apurada para llegar a su trabajo con el que da sustento a su familia. Asimismo es indiscutible el stress al que es sometido en un tráfico cada vez más insoportable. Podríamos agregarle una serie de factores que conspiran contra su salud mental, la cual se ve constantemente agredida, como cualquiera de nosotros ciudadanos de un país con las carencias que estamos viviendo.

A esto debemos sumarle que si uno no tiene, no dispone, o simplemente no quiere darle unas monedas, o pagar por la limpieza del parabrisas que no solicitó, o comprar caramelos, o cepillos para limpiaparabrisas, o las frutas que ofrecen, nadie nos puede obligar a estar subsidiando a los mendigos que están en cada esquina. Si todo eso le parece poco, en muchas oportunidades, éstos te violentan, con ofensas, ensuciando tu vehículo, escupiéndote, ya sea saliva o una sarta de groserías.

Pongo una pausa en este punto. Hasta el momento mi intención fue describir un fenómeno que se repite todos los días en todas partes, que es realmente molesto y enervante.

Ahora si me pregunto y le traslado la inquietud a la audiencia, ¿Qué hacemos al respecto? ¿Cómo intentamos solucionar este problema? ¿Existen políticas públicas para este tema? ¿Buscamos respuestas en los actores políticos para intentar paliar esta realidad? ¿Debemos conformarnos con ofrecer la otra mejilla ante las agresiones? ¿Se soluciona simplemente dando monedas en todas las esquinas? ¿O cómo lo intentó en su momento el senador Alfredo Jaeggli eliminando a estos indigentes? ¿Cuánto tiempo exige remediar esta realidad? ¿Nos importa verdaderamente encontrar soluciones?

La intolerancia se ha instalado en las esquinas de las ciudades del país, reitero este concepto. Comprendo que los vendedores y limpiavidrios son producto de una sociedad que no ha encontrado respuestas a estos graves problemas sociales. De todas maneras, sincerándome al extremo, a pesar de considerarme una persona de bien, les confieso algo que me preocupa. No sé realmente como podría reaccionar, en caso que una de estas personas pudiera hacerles algo a mis hijos.

Me pasó hoy en una esquina cuando le dije amablemente que no quería que me limpiaran el parabrisas. De todas formas como es costumbre para fastidiarme ensuciaron el vidrio de forma adrede. Hasta ahí todo dentro de lo normal. Después veo que el muchachón hace un movimiento de brazos; primero supuse era para tirar agua a mi auto. Después miré bien si le había alcanzado a Agustín mi hijo mayor que iba sentado atrás. Cuando noté que solamente fue un susto, y al tranquilizarme, me cuestioné severamente ¿Qué hubiera hecho si le tocaban un pelito a uno de mis niños? Realmente ruego nunca pasar por esta prueba porque a pesar de considerarme un tipo tranquilo, paciente y para nada malicioso, no sé cómo podría actuar.

Acá la tesis es clarísima. No alcanza sumar casos particulares, ni intentar justificar acciones ya realizadas. No es el punto encontrar culpables o cargar las responsabilidades en uno u otro sitio de la balanza para ver quién es mejor o peor. La agresión de ayer en Ciudad del Este es un signo de alarma que nos debería poner a pensar seriamente en que podría ser el punto de inflexión para una escalada irracional de violencia. Esperemos que no sea así. De todas maneras es momento de sentarnos a analizar seriamente el tema e intentar encontrar respuestas a esta realidad.

Las soluciones no serán fáciles. Exigen un compromiso de todos los actores que integramos esta sociedad. Ni justicia por mano propia, ni eliminar a los necesitados. Solamente con políticas de Estado sólidas que nos brinden respuestas integrales para disminuir la pobreza en el país se podrá comenzar a enderezar este rumbo. Lastimosamente, en el país del revés, esto aparentemente, no le importa a casi nadie.

1 Comments

  1. Pablo, excelente el artículo. Le diste en el ojo del huracán. Y como decís, ojalá no se desate una ola de violencia que realmente podría tener sonsecuencias aberrantes. La problemática social del país está en un torbellino que desde el estado, y mucho menos desde el sector privado se está intentado, ni siquiera digo sanar, no se intenta por lo menos paliar algunos problemas hasta llegar a soluciones definitivas. Y en los medios, que son practicamente los que marcan los problemas «reales» a ser tratados, no se finjan un poquito en esta probelmática estructural que tiene nuestro país. con solo mirar popular, o crónica, podemos ver que la ola de violencia crece, quizá no de una manera colectiva, pero si individual. Todos los días alguien mata a otro en un juego de cartas por que hizo trampa, o porque hablo mal de su vieja, de su hermana, o porque le habló sencillamente mal. Estructuralmente estamos resquebrajándonos de un modo cada vez mas vertigiinoso, y lo que vemos en los medios es que están preocupados por quién agarra el cargo, o si le serrucharon, o lo que fuere. Bueno, para no extender demasiaaaadoooo hasta aquí, y gracias viejo por compartir esto. Esperemos que podamos hacerlo también en otros espacios. Con algún brebage divino.

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